Caminé por allí aunque paisajes dibujé pocos, me atraían más las construcciones de arquitectura popular que contenían tanto las localidades como la de los chozos, ermitas y corrales que encontraba aislados en las laderas de los montes.
Ernesto Reiner, 2020
Cuando el vano era pequeño, se salvaba con una piedra; si era grande -caso de las puertas- había que poner una madera; labrada, para que todo asentase bien. Los corrales son las construcciones más sencillas. Con muy poca altura, tienen como base un cuadrilátero y sus tejados vierten aguas a un solo lado. Como en las zonas en las que están situados puede andar mucho aire, se colocan piedras sobre las tejas -sobre todo las que están en los bordes- para que no se las lleve. Solían ser losas, que tienen su peso y no ofrecen resistencia al viento.
Había corrales y corralizas.
Unas veces se cerraba en el pueblo; pero también se cerraba en los corrales. Muchos tenían dos puertas: la puerta a la solana y la puerta a la umbría. Así el pastor, dependiendo del día o de la época sacaba su rebaño directamente a la zona deseada.
Aunque de algunos no quedan sino las paredes, eran muchos los corrales que había, dado que el número de rebaños también era grande. Sin ánimo de ser exhaustivos, ahí va una lista: Valcárcel, Riarrey, Juan Real, Zorraquín, Cadme, Media legua, Payerne, Peñalamora, Lázaro, Llano, Las Mosqueras, La Campana, Piedras Blancas, Mosatel, Valdrán, Cillas, Yeramaría, Rebollo...