Soneto al Torrejón
Esto era un riojano de Alberite que, de pequeño, subía de vez en cuando a casa de su tía en Soto. Y resultó que en aquellas pupilas acostumbradas a los llanos suaves del valle se quedaron para siempre las líneas duras y verticales del Cañón del Leza cuando aún no había ni carteles, ni miradores, ni paneles explicativos; ni siquiera existía un indicador. TORREJÓN Félix Cerezo         ¡Rico Soto! Conocida por los mayores, esta poesía nos la envió desde Argentina la nieta de una soteña que marchó allí y que la guardaba en su memoria desde sus tiempos de escuela en Soto. Pertenece al librito "Riojanas" de C. Sáenz Balmaseda, publicado en Logroño en 1906.
Pero aun conservan sus gentes
Ese pueblo, hoy olvidado,
Tiene dichos especiales;
Ese pueblo que derrama
Creció el río cierto día
Un guasón que desde el puente
¡Rico Soto! ¡Que vá llena!
Pasaron los años, y este riojano de Alberite hizo amistad -una profunda y enorme amistad- con una familia gallega de Portonovo. Cuando los gallegos llegaron por primera vez a la localidad del Iregua, nuestro riojano de Alberite no pudo menos que subirlos hasta el Torrejón para que viesen algo distinto. Y desde entonces, todos los años, la visita al cañón en ese punto se convirtió en cita ineludible; de noche o de día, por la mañana o por la tarde; la cuestión era ver el paisaje y escuchar sus sonidos o sus silencios, dejar las prisas para recoger la calma, saborear su “compañía y soledad a dúo”. Cierto es que alguna de esas noches salieron de estampida asustados por alguno de los habitantes de esos parajes. Pero cada año vuelven a visitarlos.
El caso es que aquella familia gallega de Portonovo se convirtió en una entusiasta del Torrejón y lo que lo rodea.
Uno de los frutos de ese entusiasmo es este soberbio soneto escrito por Félix Cerezo, amigo de nuestro riojano de Alberite y de los gallegos de Portonovo.
Hace tiempo que cuelga –a tamaño gigante, junto a la foto del Torrejón- en el salón de una casa gallega y en otras casas del pueblo del Iregua a tamaño más pequeño. Hora es de que, con el permiso de su autor, aparezca en esta página.
Templo sagrado, atalaya, faro,
un geoimán que atrae la belleza,
vigía del cañón del río Leza,
guía, refugio, torrejón preclaro.
Eternidad, instante, frío, amparo.
Mientras su noche duerme el viento reza
y entre los brazos de su fortaleza
las heridas del vértigo reparo.
Se respira la esencia de su alma,
la toco, peso, mido, la evalúo
y siento la caricia de su palma.
Y el silencio sonoro se hace búho,
y el fragor del combate se hace calma.
Tu compañía y soledad a dúo.
que, un tiempo, de los primeros
fué, por su industria preciada.
Hoy, reducido á la nada,
ya no tiene tantos fueros.
algún resto de altivez
de sus días florecientes,
y aun exclaman sonrientes:
¡Dígote que sí, pardiez!
hijos a la patria ha dado
que eternizan su memoria.
Y aun vive de su pasado
que es un pasado de gloria.
tiene frases y agudezas
y golpes de ingenio tales,
que yo no he visto lindezas
más propias ni originales.
tanta sal, Soto se llama,
y no hay grande ni pequeño
que no conozca un soteño:
tal es su nombre y su fama.
á Soto presta renombre,
un cuento, lectores, sé
que por más que os asombre,
es cierto y lo contaré.
y en su raudal turbulento
á lo lejos se veía
flotar con gran movimiento
uan gran cuba vacía.
la crecida contemplaba,
viendo el bulto que flotaba
en medio de la corriente,
así á gritos exclamaba:
Y animando aquella escena
la gente, con su alboroto,
repetía: ¡Rico Soto
que ya baja la ballena!