Navidades en Soto en los años 60 del siglo pasado El núcleo de este apartado figuraba en nuestra página desde 1997 en la sección "Antes de que se pierda la memoria" como una de las "Tradiciones"; y desde poco después también en la página del Ayuntamiento. Los dos villancicos también aparecían desde el principio en esta web en la sección "Música con tradición".
En 2018 se añadió más información y luego se publicó como artículo en el número 14 de la revista ARCES (agosto de 2019); es lo que ahora recogemos aquí. En la subasta del 5 de enero 1967, "se dieron 52 pesetas por llevar el Santo Niño y 20 por las farolas". Y seguía el cronista: "Por las calles salió bastante; pero es muy probable que el próximo año no haya". Aún siguió la tradición hasta los primeros 70. Y queda, en las personas que por entonces rondaban la veintena, el recuerdo de haberlo bajado desde la ermita hasta la casa de los Redondo y, desde allí –directamente, sin subasta previa- haberlo llevado por las calles y casas entre villancicos y frío en enero del 84. Pero, como otras, desapareció esta tradición en el último tercio del siglo pasado. Aunque no del todo: cada día de Año Nuevo, Elvira lo coloca en lugar preferente en la ermita y allí lo deja hasta Reyes; y, si el día está bueno, lo saca a la calle, le hace una foto y con ella felicita el año a sus amigas, a sus amigos y a todo Soto. Queremos recordar en estas líneas una estampa navideña y unos sonidos (algunos exclusivamente soteños) relacionados con esta época tan entrañable del año. Se trata de la tradición de "El Santo Niño". La imagen sigue habitando en la ermita del Cortijo y, hasta que dejó de salir por las calles, la encargada de su cuidado y preparación era la familia Redondo, no se sabe desde cuándo. Ella guardaba durante el año los varios vestidos que podían ponérsele, confeccionados por la tía Concha, hermana del padre de Juan Antonio. Esos vestidos ya se quedaron viejos y el que lleva ahora fue preparado por Elvira y Marisol Garrido. En vísperas de Reyes el alguacil bajaba la imagen desde la ermita hasta su casa y allí la preparaban y la dejaban con la cara reluciente con aceite y en todo su esplendor antes de ser llevada hasta el antiguo hospital (hoy albergue) el día 5 de enero de cada año. Conchi se recuerda en las tareas de preparación junto a su abuela, su hermana y su madre. Hasta casi el final de su existencia, la subasta se hacía en el Hospital. Pero los últimos años se celebró en la antigua biblioteca de las escuelas, local de la Hermandad de Agricultores y Ganaderos y hoy sede de ARCES. La tradición de El Santo Niño Era la noche de Reyes y se comenzaba al anochecer. Después de que hubiera pasado el coche de línea. Se entraba de día y se salía de noche. Poco a poco, la sala de hombres del Hospital (actual Albergue) se iba llenando de hombres, de jóvenes de ambos sexos y de niños. Mujeres iban pocas. Estaban preparando la cena. Y daba comienzo la subasta. Después del toque del Ángelus y después de rezarlo todos los presentes. "A ver cuánto dan por llevar el Santo Niño", decía el alguacil. El Santo Niño era, y es, una imagen del Niño Jesús preparada en unas andas para ser llevado por una sola persona. Estaba allí, en la sala de hombres del Hospital, entre dos velas encendidas. Y la gente pujaba. Se solía llegar hasta un importe equivalente a cuatro o cinco jornales. A veces más. Las pujas subían rápidamente al principio: "Cinco duros", "doscientos reales". Pero pronto las pujas se paraban. Era la hora de encender la cerilla. El tiempo que tardaba en consumirse la cerilla era el tiempo que había para hacer las pujas. La persona que dirigía la subasta era el alguacil. Los mayores recuerdan al “tío” Pablo; los demás conocimos a Manuel. El alguacil encendía la cerilla, levantaba el brazo y cantaba "Ciento diez pesetas dan por llevar el Santo Niño, a la una..." ; “Ciento diez pesetas dan por llevar el Santo Niño, a las dos..." Y los subastantes esperaban casi, casi, a que se quemara para añadir: "Ciento quince". Hasta que, al fin, se llegaba a las tres, la cerilla consumida caía al suelo y el alguacil añadía el ritual "Salud al rematante". Y lo mismo ocurría con las farolas. Pero nunca llegaban a la cantidad que se había pagado por el Niño. Y la gente se marchaba a casa. "Fulanito, el de la tía Mengana lo ha subastado; es que le ha tocado a África, ¿no sabes?" O era porque se marchaba a América, o porque iba a la mili sin más. Los comentarios no faltaban: las incidencias de la subasta, la cerilla que habían apagado los mocetes, lo poco o lo mucho que habían ofertado... Sólo se quedaban los rematantes concretar la hora de la salida. Se nombraban los pedidores y cada cual se marchaba a su casa a cenar. A las nueve comenzaba el recorrido por todas las casas del pueblo. Se iba primero a la casa del alcalde, donde se entraba, se tomaba algo (mazapanes, licor...). Lo mismo en la casa del cura. Y en las casas de los portadores. En las demás casas del pueblo, y se recorrían todas, el Santo Niño no entraba, a no ser que hubiese algún enfermo en cama. Todo el mundo salía a la puerta y allí se besaba al Niño, se ofrecía un trago a los portadores y a los acompañantes, y se entregaba la limosna a los pedidores. La comitiva, formada por los portadores del Niño y los de las farolas con pañuelo a la cabeza, los pedidores, los y las jóvenes del pueblo y un representante de la autoridad, que solía ser el alguacil, subía entre villancicos y jolgorio de panderetas y castañuelas hasta la ermita de la Virgen recorriendo casa por casa. Allí el santero recibía al Niño y el cura presidía un acto que acababa con el canto de "Las Zandarias" El día siguiente, día de Reyes, el cura, en el sermón de la Misa Mayor, daba cuenta del dinero sacado de la subasta y de las limosnas de todo el pueblo y ponía fecha para los funerales por todos los fallecidos del pueblo. Hasta ellos se beneficiaban de la fiesta. Dos villancicos soteños En algunos pueblos de nuestra sierra, las “zandarias” eran el aguinaldo que pedían antiguamente los niños por las casas para hacer alguna merienda, especialmente en Navidad, o los regalos que recibían tras esa petición. En el Soto de los años 60 se escuchaba el Canto de las Zandarias, que se sentía muy antiguo y que probablemente acompañó en su tiempo la marcha por las calles, pero que entonces sonaba completo en la ermita en esa noche de Reyes y que era acompañado por Blas Grandes al armonio y por las panderetas y castañuelas que acababan de recorrer las calles. Pasadas las 10 de la noche de cada cinco de enero. Junto a otras canciones tradicionales que tenemos colgadas, puede escucharse en esta página en la sección "Antes de que se pierda la memoria->Música con tradición->Villancicos->Las Zandarias". La versión sigue la partitura que se conservaba en la ermita, digitalizada hace unos años por Mikel Romero. Entre las cuatro estrofas que la forman, choca la última, que está claro que es un añadido moderno. Las zandarias era el villancico más soteño de todos los que se cantaban. Junto a él, el "Baja del monte, Pascual" era sentido en Soto, como en otros muchos lugares, como otro villancico. Se trata del romance de "El ciego y la Virgen", que está extendido por todo el ámbito del español, desde Andalucía hasta América (hasta 75 versiones americanas de 13 países se han recopilado). El argumento es el mismo, el desarrollo similar, pero las melodías muy distintas. Así que este no era exclusivo de este pueblo, pero sí que se cantaba de una forma propia. Limitándonos a La Rioja, más de treinta y cinco versiones de este romance recoge Javier Asensio García en su Romancero General. De ellas, la más similar (aunque no igual a la nuestra) es la de Cornago, que tiene la misma estructura, con estribillo siguiendo a cada una de las cuatro estrofas. Como las Zandarias, puede escucharse en esta página en la sección "Antes de que se pierda la memoria->Música con tradición->Villancicos->La Virgen va caminando". Letra y música siguen fielmente la versión que nos cantaba Amelia cada Navidad. Y terminamos incluyendo las letras de los dos villancicos y la partitura con la melodía de "¡Baja del monte, Pascual!" Agradecemos a Elvira Garrido y a Conchi Redondo su colaboración y sus recuerdos.
(Cortesía de Elvira Garrido)
De Oriente salen tres reyes
por una estrella guiados;
van para Jerusalén
y a voces van preguntando:
¿Dónde está el recién nacido,
Rey de todo lo criado?
Que una estrella que hemos visto
nos lo ha significado.
¡Gloria a Dios se oye en el cielo
y apenas se oye la voz
un ángel parte veloz
y hacia Belén tiende el vuelo.
Al niño recién nacido
todos le traen un don;
yo soy pobre, nada tengo;
le traigo mi corazón.
Zagalejos de los valles
el ganado recoged;
y venid hacia el establo
las zampoñas a tañer.
A una Virgen muy hermosa
con su niño hablar veréis,
que le sirven las estrellas
y los ángeles también.
La rondalla de esta noche
viene a paso muy ligero
a felicitar las Pascuas
al alcalde de este pueblo.
No venimos a pedirte
ni tampoco a dar dineros;
pero si das una copa,
mucho lo agradeceremos.
La Virgen va caminando,
caminito va,
caminando hacia Belén;
como el camino es tan largo
que tienen que andar
al niño le ha dado sed.
-No pidas, bien mío,
agua de beber;
que turbia el arroyo
la suele traer.
¡Baja del monte y no tardes,
baja, Pascual!,
y coge romero y miel,
romero y miel,
y coge romero y miel;
que antes que la noche llegue,
¡baja, Pascual!,
he de llegar a Belén,
romero y miel,
he de llegar a Belén.
A la orilla del camino
que vallado está,
hay un hermoso naranjel;
que lo cuida un viejecito
con perro y zagal,
viejecito que no ve.
-¿Me da una naranja?
-Elíjala usted
-Es para este niño
que quiere beber.
¡Baja del monte y no tardes...!
La Virgen, como es tan pura
sin mancha que está,
no ha cogido más que tres;
una para darle al niño
que llorando va
y otra para San José.
Y otra que ella misma
se llegó a comer;
que el ciego le ha dicho:
"Esta para usted".
¡Baja del monte y no tardes...!