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Las labores del campo
"De estos cerros ó sea de sus laterales arrancan los barrancos denominados Trevijano, Valderraquillos, Valdetejuelas, Lorrea, Rastras Viejas, Yeramaría, Medialegua, Valdepajarilla, Tercianas, Aidos, Tejera, Miramelinche, Villanueva, valdelavés, Valdibáñez, Aguabuena, Dehesa, Venta, La Tajadilla, Guareña y las cuestas y aun afluentes á estos principales ciento dos que en sus fuertes avenidas perjudican y aun arrastran las tierras. Como en estos montes o cerros y aun en los barrancos tienen los habitantes sus tierras para la labor, están muy expuestos á eventualidades y á ser arrastradas en los fuertes aguaceros á los barrancos y de estos al río, librándose únicamente en parte los que las tienen preparadas o defendidas por medio de fuertes ribazos ó barracones que valen tanto como la propiedad.
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Es tan escabroso el término que una parte del que se dedica á la labor no se puede cultivar con caballerías ni sacarse las mieses de la propiedad, valiéndose sus dueños y con mucha exposición de sus vidas á verificar ambas operaciones por sí mismos, o sea, a brazo."
Soto en Cameros, 1885
Pues a pesar de ello, Soto fue hasta la emigración masiva de los años 60 un pueblo agrícola. Que no reunía las condiciones mínimas para serlo nos lo indica que actualmente sólo quedan de ese mundo las huertas junto al río, las regadas por las aguas de Valdarraquillos y alguna más aislada. El resto de la jurisdicción conserva bancales, ribazos y barracones, pero árboles y arbustos van recuperando año a año un terreno que, probablemente, nunca debieron haber perdido.
Abandonados los terrenos de secano hace ya muchos años, pretendemos que no se pierda también la memoria; para ello vamos a reflejar aquí lo que fue el trabajo del campo y lo relacionado con él: cultivos, aperos, trabajos, animales, palabras, costumbres...
En la sala I de nuestro etnomuseo, repartidos por sus siete rincones, figuran ordenados aperos y herramientas de las que se han servido durante siglos los habitantes de estas tierras.
Por San Miguel se celebraban los mercados más concurridos. Era finales de septiembre: había acabado la recolección, las eras habían vuelto a su silencio habitual, y en las huertas -salvo el riego- no había trabajo que hacer si no era sacar las patatas. Septiembre se sentía como final de un año. Había comenzado con las fiestas de la Virgen y acababa con los mercados de San Miguel. Con octubre comenzaba un nuevo año agrícola. Para El Pilar se iniciaban las tareas de la siembra.
Como en la mayoría de los pueblos, este año agrícola venía marcado por el santoral, que estaba en la base de muchos refranes del campo. Unos constatan el correr de los días y las estaciones: "Por San Matías llega el sol a las umbrías", "Por San Andrés, todo noche es", "Por San Matías igualan las noches con los días"; otros se referían al tiempo atmosférico: "Por los Santos, la nieve en los altos", "Por San Andrés, la nieve a los pies", "Por San Marcos, agua en los charcos"; en muchas ocasiones, este tipo de refranes dan consejos referidos al cultivo de plantas y árboles ("Por San Mateo, avarea tu nocedo, que si no te lo apedreo") o al cuidado de los animales ("Por San Antón, la gallina pon; y si no pone, se dispone").
Fechas tan importantes como la veda y apertura del pago vienen marcadas por la Virgen de marzo y el día de San Bartolomé. El Pilar marcaba el inicio de las tareas de la siembra, siendo buenas las fechas que iban alrededor de los Santos ("la cebada sembrada el día de las Ánimas tenía 'usía' ", al decir de uno de nuestros informadores).
El santoral era una manera de jalonar el año agrícola, de ir pasando las hojas del calendario. Pero debajo de él estaban los días y las noches, las nieves y los hielos, los periodos secos y las temporadas de lluvias. Y al final de todo ello, el "tempero"; el trabajo del campo dependía del tempero: tempero para romper y binar; tempero para sembrar; tempero incluso para escardar...
El clima de Soto podemos definirlo como clima mediterráneo de montaña con ciertas características de continentalidad. Pertenece la localidad a la España seca interior, hallándose dentro del 38,58% de tierras españolas que reciben una media anual de 400 a 800 mm. En la tabla siguiente figuran, a modo de ejemplo, las precipitaciones en los cuatro trimestres de los años 1950 a 1969 y la precipitación total de cada año.
Debido sobre todo a su situación montañosa, la sequedad estival tiende a reducirse en su duración. También aparecen unos meses "secos" en invierno.
"El calor, la sequía y las tormentas van asociados al verano; las nieblas, el viento o heladas corresponden al invierno. Las estaciones de "entretiempo" corresponden a los equinoccios, con los temporales de lluvias asociados al resurgir de la primavera o al apaciguamiento del otoño" (Servicio Meteorológico Nacional.-Calendario Meteoro-Fenológico 1969.-Madrid, 1968, pág. 164)
La distribución de las lluvias y los meses secos a lo largo del año marcaban las tareas que había que realizar en las dos hojas: barbecho y pago. El gráfico siguiente las refleja con claridad.
Lluvias, nieve y hielo imponían una pausa: no se podía salir al
campo. Era el momento de realizar otras tareas, tareas que no dependían del tempero y que
podían o debían realizarse en casa.
Arreglo de aperos. Se arreglaban los aparejos de las
caballerías. Si el basto, el collarón o el yugo se habían roto en la campaña pasada
o habían perdido volumen de relleno, se rellenaban con paja de centeno (había una herramienta
específica) y se cosía la funda. Para ello se empleaba una aguja especial ("aguja de ensalmar"). Si el problema era de mayor importancia había que esperar a que subiera el bastero".
Éste solía estar varios días realizando su trabajo: se ponía ante una mesa en portales (en el portal de las
escuelas, si hacía frío; o en el portal de la casa para la que trabajaba) y arreglaba bastos y collarones, zurcía o reforzaba serones, y preparaba bastos
nuevos.
La salma se estropeaba menos, pero de vez en cuando
había que ponerla a punto. Era la salma la base para el acarreo: acarreo de mieses a la era;
transporte de frutas o forraje; sólo el serón no necesitaba de ella. Por eso debía estar en buen
estado siempre. Había que buscar una buena rama de roble con la medida, forma y grosor adecuado.
Luego con hacha generalmente y con escoplo o azuela en algún caso se labraba
hasta conseguir la pieza buscada. Lo mismo sucedía cuando se estropeaban los ganchos, aparejo
que se utilizaba, entre otras funciones, para llevar el arado y el yugo cuando se iba a
arar.
Otros arreglos que solían hacerse: "echar un mango" a
azadas, azadones, azadillas, y moriscas, o al hacha; arreglar cabezadas, cinchas y
ramales; preparar una nueva rastra o balancín; reponer las piedras que el
trillo había perdido...; sin olvidar repasar las seras o arreglar las tiras de tela que en las
angarillas protegían los cántaros del choque con el armazón.
Sacar el "ciemo" de las cuadras. Serón
y horquillo; una banqueta de tres patas si la caballería era alta y dos calces en los
que se apoyaban los codujones del serón mientras se cargaba. En la planta baja de la
mayoría de las casas estaba la cuadra para yunta; además solía haber una pocilga
con los cerdos para criar o para la matanza; muchas veces, en corral aparte, un sitio para conejos y
gallinas; sin olvidar corrales y corralizas para las ovejas. Había un producción de estiércol notable.
En días de inactividad se aprovechaba para "sacar las
cuadras": se vaciaban del ciemo y se ponía una nueva cama de paja recién traída del
pajar. El estiércol se echaba en el serón con el horquillo y se apretaba con la mano.
Los calces hacían que el serón no se cerrase y cupiese más; por otra parte impedía que
la carga se venciese para un lado.
El ciemo se llevaba a las piezas, a las huertas o se
dejaba provisionalmente en los muladares, más cercanos a las casas. El problema en este caso
estribaba en que luego habría que volver a realizar la operación de carga.
Levantar paredes. Andar ahora por el monte supone
ver cómo va perdiendo su perfil de escalera (pared-pieza-pared-pieza...) y cómo va recobrando, poco a
poco su línea original: las paredes de piedra cuando hay una temporadas de aguas se caen. Por eso, de
cuando en cuando, había que levantarlas; y en una pieza o en otra, casi todos los años había tarea.
Habitualmente cada persona se arreglaba las suyas; aunque
también podía contratarse a alguna de las personas que "tenían usía" para trabajar la piedra. Dos eran los
útiles que se empleaban para transportarlas hasta la pared: el ballarte y la narria. El
primero era una especie de andas -cuatro brazos y una plataforma- para transportar piedras no
excesivamente grandes; para éstas se utilizaba la narria, que era una especie de trineo triangular
arrastrado por caballerías. Sólo así puede entenderse cómo han podido llegar a algunas paredes piedras
con tamaño fuera de lo común.
Cortar leña, hacer rajas, traer
estepas. "Cuando el hogar tenía fuego" titulamos una de las secciones del ecomuseo virtual.
Y el combustible era la madera, la leña. El algunas ocasiones el Ayuntamiento daba
una corta (solía ser de roble de la zona de Valdelavés). Una vez talados los árboles señalados se
hacían las suertes: se preparaban montones similares; cada una de las personas que habían
entrado en la corta se llevaba a casa su suerte. Pero eso sucedía pocas veces porque no
abundaban los bosques en el término. Así que la leña era habitualmente la procedente de árboles
que se iban cortando en las huertas o la comprada, de roble o haya.
Para hacer las rajas se utilizaba un hacha, el
mazo y tres o cuatro cuñas de hierro. Antes de hacer la raja había que abrir el
tronco en dos, cuatro o más partes. Tras los primeros hachazos, en cuanto comenzaba a abrir se
introducía una cuña por delante del hacha y se le daba con el mazo; de esa manera podía sacarse el
hacha para repetir la operación por delante de la primera cuña con la segunda, la tercera... Aunque
hiciese frio, la persona que hacía rajas no lo notaba.
Protegidas ahora, las estepas eran muy apreciadas,
sobre todo para encender. Unas veces se compraban a las personas de las "Alpujarras"; otras, se iba a
por ellas a la zona de los Aidos y hasta Valdosera.
Hacer vencejos. En verano, el centeno se
escomaba en la era y el grano era para el ganado; al final del invierno con la paja se hacían los
vencejos, que después se utilizarían para atar los haces y, reservados tras la trilla,
al invierno siguiente servían para chumarrar el cochino el día de la moraga. Se sembraba
poco centeno, pero -como se ve- se aprovechaba bien.
Hacer vencejos era típico de días de lluvia en las
cercanías de la siega. 24 ó 48 horas antes se bajaba el badejón de centeno al río o al barranco
para remojarlo. Se introducía en el agua la parte de arriba, lo que iba a entrar en la lazada; para que se
mantuviese bajo el agua se le ponía encima una buena piedra. De esa forma se conseguía que, a la hora
de hacer los vencejos, la paja estuviera flexible, correosa y no se rompiera. En el portal o delante de
casa, a un lado el badejón y al otro los vencejos hechos, era una estampa de primavera.
El diccionario de la R.A.E., en su 21ª edición, recoge la palabra
"vereda" (=Prestación personal") como un regionalismo de la provincia de Álava. Pero también se
utiliza en la sierra de Cameros. En Soto "se iba de vereda" y "se estaba de vereda". Era el Ayuntamiento
el que convocaba a los vecinos para ese menester y solía hacerlo en épocas de poco trabajo en el campo
o -de forma extraordinaria- tras fuertes yasas provocadas por las tormentas de principios de
verano. Su finalidad era la de arreglar los caminos que llevaban a los distintos términos donde se
sembraba y desde los que había que acarrear la mies (hasta dos horas y media de camino en algunos
casos). Probablemente de ahí le venga el nombre a esta institución.
Se trataba de una prestación personal gratuita. A la llamada
del Ayuntamiento debía acudir un hombre en edad de trabajar de cada casa. En el caso de no ir, debía
pagar un jornal. Los vecinos ponían el trabajo y el Ayuntamiento la herramienta (aunque algunos
aportaban su azadón estrecho) y el vino. En el caso de que hiciese falta llevar una caballería (para
transportar materiales, por ejemplo) se le pagaba al amo. A las ocho de la mañana, en Portales, se
recogía la herramienta y se organizaba el trabajo. Siempre que era posible se iba al camino que llevaba a
la finca o fincas propias; era una motivación más para realizar una buena labor.
Cuando la vereda tenía su origen en los destrozos de las
tormentas, su misión consistía en subsanarlos: levantar una pared, quitar tierras y piedras que la
yasa había arrastrado, arreglar los cancillos que echaban las aguas fuera cada cierto trozo
de camino... En el caso de las veredas normales, se limpiaban las zonas donde la vegetación se iba
adentrando en la vía, se empedraban los trozos más pendientes o con mayor dificultad para las
caballerías...
Anualmente eran hasta 8 los días que cada casa debía ir de
vereda si el Ayuntamiento convocaba. Y sólo estaban exentos el médico, el cura, el maestro... Gracias a
esta institución tan peculiar, podían conservarse en buen estado el camino de la Solana y el de la Umbría;
los que llevaban a Treguajantes, a Luezas o a Trevijano; el camino que sigue llevando a las huellas de
dinosaurios y que, continuando por Payerne, llegaba hasta la Dehesa, Varcárcel y daba la vuelta por
Riarrey y Juanreal; o los caminos que conducían a las zonas de huertas de Pajero, el Cardial, los
Manzanos o Cillas. Eran muchas leguas que había que mantener en buen estado. A base de veredas se
conseguía ese objetivo. Los senderistas que actualmente recorren estos caminos en sus ratos de ocio
están echándolas en falta; sin saberlo, probablemente.
Más de treinta en el pueblo y veinticuatro repartidas por la jurisdicción.
Era una manera de ahorrar tiempo en el acarreo. Las últimas estaban -están- situadas habitualmente en términos alejados: Campillo, Corral de Llano, Mosqueras, Lázaro, La Campana, Humañera (2), Valdrán, San Babilés, Cazme (2), Juan Real, Zorraquín, Payerne (2), Valcárcel, Matapezuelos, Navarro, Plandortes; pero hay otras más cercanas en Llano, Revilla de San Martín y junto a la carretera vieja, frente a la Cárcara. Dentro del pueblo se trillaba en las eras -norte, sur, este y oeste- de La Virgen y La Cuesta, San Antón-Sobrepeña, Las Perdices, y El Campo; todos ellos, sitios bien ventilados puesto que después de la trilla había que ablentar o "aulentar".
"Espacio de tierra limpia y firme, algunas veces empedrado,
donde se trillan las mieses" (R.A.E.). En Soto, ese "algunas veces" se convierte en "casi siempre".
De forma más o menos redondeada, estaban empedradas (están, aunque apenas se vea por la cantidad
de hierba que ha crecido en ellas) a partir de un centro, con cancillos radiales de anchas losas y
con piedras más pequeñas cubriendo los sectores. La trilla era el momento más importante del año
agrícola en el que participaban -de una manera o de otra- todas las personas de la casa. Pero exigía tres
operaciones previas (siega atado y acarreo) y dos posteriores (aventar y
recoger paja y grano).
Segar... Se segaba a mano como no podía ser menos
en un terreno como el de Soto. Comenzaba esta tarea a partir de San Juan o San Pedro y podía durar
hasta Santiago, dependiendo del año.
Las hoces se llevaban forradas con tiras de trapo para
protegerlas y protegerse de ellas. Eran de dos tipos: la hoz de dientes para los pequeños y las
mujeres y la hoz gallega para los hombres. Los chavales querían pasar cuanto antes a la de los
hombres porque había que afilarla de vez en cuando y eso suponía un ratito de descanso. Una vez en la
pieza, se les quitaba la protección y se protegía la mano izquierda con la zoqueta: de madera, se
metían en ella los dedos meñique, corazón y anular y quedaban fuera el índice y el pulgar. La zoqueta se
ataba a la muñeca y protegía. Porque al final había que desecharlas y comprar otras debido a los
agujeros que se les abrían a consecuencia de los cortes. Así, -en una mano la hoz y en otra la
zoqueta- manojo a manojo se iban dejando en el suelo las gavillas que
luego formarían los haces. Quedaban en un orden determinado, según el tajo que se
llevara. Como a menudo las piezas quedaban lejos, no se volvía a comer a casa sino que había que "llevar
la comida": una cesta con la cazuela y el pan, los cubiertos y un trapo que servía para tapar la cesta
primero y de mantel después. No faltaba el barril a la sombra ni la bota de vino.La labor era
pesada. Se salía al amanecer.
 Atar era labor de hombres ayudados por algún chiquillo
que iba dando gavillas hasta completar el haz. Para atar los haces se utilizaban los
vencejos, previamente remojados para darles la flexibilidad necesaria. Para remojarlos se metían
en un saco -que luego ayudaba a conservar la humedad- y se dejaban varias horas en el río o en el
barranco.
Hacer los haces tenía su arte. Había que atarlos bien; de otro modo se "esbalagaban". Se tendía el
vencejo abierto en el suelo y se iban colocando encima las gavillas, unas con las espigas hacia un
lado y las otras al revés, hasta que hubiera las necesarias. Se juntaban los extremos del vencejo,
se retorcían juntos y se pasaban por debajo del mismo vencejo con la ayuda del garrotillo.
Los haces quedaban listos para el acarreo
Acarrear.... Extensión de término, estado de los
caminos y caballerías (machos o mulas) como medio de transporte hacían del acarreo una
operación que duraba varios días (traer una carga desde Matavicente, por ejemplo, suponía dos horas y
media). Cada día de trilla eran entre 6 y 10 cargas y cada carga estaba formada por los haces que traía
una yunta en cada viaje (6 haces por caballería habitualmente). Si una familia trillaba entre 8 y 10 días,
puede calcularse el esfuerzo que suponía acarrear toda la mies a la era.
...Y la trilla. Si el año iba malo, la temporada de trilla
podía durar hasta las novenas, pero habitualmente se acababa antes.
Para trillar se buscaban días secos. Se tendían los
haces en la era y se desataban. Con horcas se extendían sobre la era las cargas y
comenzaba la tarea. Se les quitaba a las caballerías la ropa que traían, se les ponía el
collarón y con unas sogas -tirantes- se ataban a los extremos del balancín al que
se enganchaba el trillo. El trillo o la máquina porque las primeras vueltas se solían
dar con la máquina, que tenía 4-6 rodillos con cuchillas metálicas.
Cada cierto tiempo -dependía del estado del día- había que
tornear, es decir, darle la vuelta a la parva para que la mies que estaba debajo pasase
arriba y pudiese ser cortada por las cuchillas de máquina o trillo.Las primeras
tórneas se daban con la horca; para las dos últimas se empleaba la pala para sacar
arriba las espigas que se quedaban pegadas al suelo. El número de tórneas por trilla era variable,
dependiendo -una vez más- del día: desde cuatro o cinco hasta diez o doce.
La estampa de la trilla era la de la yunta dando vueltas sobre la
parva con un trote corto; el labrador, de pie, sobre el trillo o máquina con un zurriago
que amenazaba sin dar, aunque a veces -cuando el ánimo de las caballerías decaía- sonaba sobre sus
lomos. De vez en cuando, el peso necesario para moler la paja lo poníamos los críos -suponía una diversión- y el padre dirigía a la yunta desde el centro de la era.
Se buscaba recoger antes de comer; aunque había días que
necesitaban de alguna tórnea más a primeras horas de la tarde. Para amontonar la paja se
utilizaba la rastra. Era un tronco -de chopo generalmente- sujeto por sus dos extremos a unos
ramales atados a las caballerías. Dos personas se colocaban sobre él, agarradas a los rabos de las
caballerías y así se iba recorriendo en viajes sucesivos la era hasta amontanar toda la paja en el sitio
(donde soplaba más aire) en que se iba a aventar. Una vez recogida la parva, quedaba barrer para
que no quedase nada de grano sobre la era. Para esta operación se empleaban escobas de boj, como las
utilizadas para barrer las calles.
Aventar, ablentar o "aulentar". Suponía separar el
grano de la paja con el esfuerzo de toda la familia y la ayuda del viento, cierzo preferentemente; aunque
en Soto no hay "viento"; "anda aire" o "airón". Las eras estaban construidas de tal forma que el
aire "entrase" bien a la hora de aventar, en dirección Norte-Sur que coincide más o menos con la
dirección del río. A esto ayudaban los pajares, construidos de forma que el aire viniese
encañonado. Con la horca se lanzaba hacia arriba la paja mezclada con el grano: el viento llevaba
la paja unos metros, pero dejaba el grano. Un rastro, puesto con el mango hacia arriba, señalaba
-según el criterio del hombre de la casa- desde dónde la paja era sólo paja y dónde podía quedar algo de
grano. Poco a poco iba viéndose más grano y el montón de la paja iba aumentando. Al final había que
utilizar pala en vez de horca. Por otro lado, y dado que las eras de la Cuesta están al norte
del pueblo, todo éste tenía -cosas del cierzo- el aire lleno de las partículas más pequeñas de la paja: el
tamo. La última operación consistía en cribar el grano para que quedase totalmente
limpio.
Si la tarde era de cierzo, se aventaba bien. El problema surgía
cuando el viento estaba perezoso o cuando cambiaba con frecuencia de dirección. A veces había que
dejarlo para el día siguiente.
Para no tener que depender de "motor" tan caprichoso en algunas eras había máquinas aventadoras,
movidas a mano.
La paja al pajar y el trigo al alorín.
Terminada la labor de aventar había que recoger el producto. El grano, en sacos, se llevaba a casa. La
paja se guardaba en el pajar. La propiedad de las eras era compartida en muchas ocasiones y podía
haber varios pajares en ellas. El pajar tenía dos pisos, casi siempre. Para meter la paja al piso de abajo
había una trampera, que era una abertura en la pared del pajar al nivel del suelo de la era o dentro
del mismo pajar, en el ppiso.. Ayudados de horcas, rastros, se iba llevando hasta la
trampera. A veces también se llevaba a mantadas (telas grandes hechas con sacos y que
se cogían por las cuatro esquinas: se vaciaban junto a la trampera y luego ya se terminaba de introducir
con horcas. Cuando el nivel de la paja llegaba hasta arriba había que descargar por abajo; los
chavales conseguían lo mismo lanzándose montón de paja abajo y arrastrándola. Se separaba la paja de
cama de la paja que iba a utilizarse como comida para el ganado.
Si todo había ido bien, al final del día la era quedaba limpia y
preparada para otra jornada de trilla.
La cabrada existió en Soto hasta el año 1994. Aunque
en los últimos años no había un cabrero de oficio, sino que cada una de las personas que echaban sus
animales a pastar debía ir de pastor los días que le tocase, que dependían del número de cabezas
poseído.
Salvo días muy especiales (de nevadas importantes por
ejemplo) a primeras horas de la mañana se oía tocar el cuerno que indicaba que
había que sacar las cabras. El cabrero repetía el toque en dos o tres sitios estratégicos para que se
oyese de todo el pueblo. Poco a poco iban saliendo de cada casa las cabras y, juntándose, formaban la
cabrada, que marchaba al monte y no volvía hasta el atardecer; en los días de las fiestas patronales, en
Navidad.... la jornada se acababa a mediodía para permitir que el cabrero disfrutase también de la
fiesta.
De las cabras se aprovechaban los cabritos para carne. En
época de parir podía verse a menudo al cabrero que traía al cabrito recién nacido agarrado por las patas;
detrás, la madre no se separaba de él. Si en vez de cabrito era "chota", tenía mayores esperanzas de
vida porque de las cabras se tenían fundamentalmente por la leche, bien para tomarla como tal, bien para
hacer queso. Se ordeñaban cuando volvían del campo y antes de salir por la mañana. La leche se
consumía en la propia casa o (había familias que tenían un número mayor de cabezas) se vendía a
familias que no tenían ganado: un cuartillo, cuartillo y medio, media azumbre . A
pesar de que también se fabricaba queso fresco, el mayor porcentaje de la leche se consumía
directamente. Por ello, cuando la población fue a menos también disminuyó el número de cabras. En el
gráfico siguiente puede verse que en los últimos años cincuenta, paralelamente al proceso demográfico,
el número de cabezas permanece casi invariable, pruduciéndose un descenso muy acusado en el
quinquenio 1961-1965: de 665 a 263 cabezas. Es el quinquenio de la emigración masiva.
Dula hubo en Soto, pero duró poco tiempo. Sólo la
cabrada se mantuvo. Pero lo que sí había era más ovejas que las que pastan actualmente: hasta
20 rebaños se han conocido en la primera mitad del siglo XX. El ganado ovino ha tenido tradición en
la localidad y en toda la comarca. Animal sufrido, la oveja se ha adaptado bien a este medio seco y
hosco.
En un mapa de 1851 Soto en Cameros figura aún con fábricas
de paños. Se recuerda aún -tradición oral y alguna fotografía antigua- el emplazamiento de tres de ellas
junto al río. Tenemos que pensar que el establecimiento de fábricas de paños estaría en relación con una
cabaña abundante en el término y el contorno. Para sacar la lana se esquilaban las ovejas una vez al año;
la época era por San Bernabé. Para ello venían esquiladores de fuera que utilizaban tijera, que
almohadillaban con lana para aguantar mejor. Para que la oveja estuviese quieta durante el esquile se le
ataban las cuatro patas con una cuerda. Si con las tijeras les hacían algún corte, el esquilador pedía:
¡moreno! y un chaval llegaba con un bote de polvo de fragua y se les deba sobre la herida. Al lado,
una sartén mantenía la pez líquida porque, una vez limpia de lana, la oveja era marcada con la marca de
la casa. De esa forma se sabía siempre a qué rebaño pertenecía un animal en caso de mezcla o
extravío.
Tanto los rebaños de ovejas como la cabrada tenían prohibido
acceder al pago. Era una manera de proteger la agricultura y facilitar también el trabajo a los
pastores. El pago era la parte de la jurisdicción en la que se sembraba cada año agrícola. Y esa
zona era vedada a los rebaños desde la Virgen de marzo hasta San Bartolomé (si las tareas de
recolección iban atrasadas, se atrasaba también la fecha de apertura). Durante esos meses, en los que
podían hacer daño en los sembrados o en las mieses segadas, los rebaños debían pastar en la zona de
barbecho. Había dos hojas en las que alternaba pago y barbecho y una que nunca lo era.
Esta última comprendía desde la era del Canto grande por el camino de Peñalamora y la Dehesa; aquí se
podía pastar siempre. Las otras dos estaban separadas por el río: zona de la Solana, Molineras.... y zona
de Llano, Humañera... hasta Luezas y Terroba.